POR JUAN SIMÓN PÁIZ.-

Mysore es una práctica que apunta al ser. Aquí hay una serie la cual el practicante deberá aceptar y no sin vicisitudes, sobre todo al principio y hasta que nos impregnamos de ella puede parecer muy violenta y hay posturas que preferiríamos sacar. Podría decirse que esa violencia que se le adjudica a la serie, es la proyección de la violencia de la persona que se refleja en su práctica, pero la serie es la serie y no es de ninguna manera, o en todo caso, es de la forma que podamos llegar a darle. El maestro en su sala y el psicoanalista en su consultorio no harán juicio de valor alguno, evidenciando que los juicios son nuestros. Esa violencia que se le adjudica a la serie se va disipando poco a poco, a medida que el individuo la va aceptando se produce un cambio interno, mente y espíritu son modificados por la acción de algo externo inmodificable. Vaya metáfora de la vida, para el psicoanálisis el sujeto tendrá que aceptar que hay cosas externas que no se pueden cambiar si es que quiere volverse más flexible, porque la rigidez tanto mental como física producen dolor. Estos límites imponen al yo una ardua tarea: mirar de frente sus propios límites. Pero no se trata de resignación, sino de una aceptación activa que expande el territorio de nuestra conciencia, abrazando lo que aparentemente es malo y extraño, se trata de una aceptación que genera paz. Si la comodidad es una exigencia de nuestro yo ficticio Ashtanga y psicoanálisis son sin duda dos prácticas incómodas.
Juan Simón Páiz
Lic en psicología
Psicoananalista
Psicólogo de grupos
Preparador mental de deportistas
Instructor de yoga