Addis abeba, la capital y ciudad mas poblada de Ethiopía, donde conviven más de 80 nacionalidades y lenguas -además de cristianos, musulmanes y judíos- me recibió con un clima húmedo y frío.
Con un proyecto de intercambio cultural, llegué a trabajar a uno de los estados independientes mas antiguos del mundo, en un evento especifico el día mundial del Malbec, para la embajada argentina.
No habían pasado veinticuatro horas que estaba dando clases, por suerte después de beber mucho café, ese café que no olvidaré nunca en mi vida. (jamás bebí algo similar, el perfume, la densidad, el color, un beso a los sentidos).
Antes de seguir viaje, pude recorrer sus calles, en las que me impactó la cantidad inmensa de edificios en construcción, una especie de glam occidental, mezclado con una pobreza impactante.
Ejecutivos con iphones, al lado de chicos queriéndote lustrar los zapatos a cambio de una mínima moneda, cabras y grupos étnicos durmiendo al costado de las rutas-calles-avenidas, también en construcción.
Lo más pintoresco fué recorrer la zona del Merkato (Addis estuvo bajo colonia Italiana durante cinco años) al atardecer, donde los vendedores ambulantes abrían sus mantas ofreciendo desde ajíes, gallinas, cabras y cereales a teléfonos usados, una energía especial (como la que tienen todos los mercados) y pude hacer unas compras interesantes…
Si tengo que plasmar la sensación de este lugar, podría decir que percibí mucha indiferencia, cierta falta de registro del otro… como si cada quien estuviera en su propia realidad.
Así, palpando el proceso enorme de transformación, charlé con una de las guías, que me comentaba la enorme migración interior de las zonas rurales hacia la capital, vinculada también a las nuevas inversiones chinas en la ciudad que generan posibilidad de empleo para estos desplazamientos de población.
Me impresionó que a pesar de la realidad dura que percibí, todos pero todos, siempre me sonrieron.
Gracias Ethiopía.